lunes, 4 de enero de 2010

Año nuevo. ¿Nuevos desafíos?

Cuando comienza un año siempre se hace una lista de buenos propósitos que este año SÍ que se van a cumplir.

Los desafíos que nuestra sociedad tiene enfrente son muchos: crisis ¿global o no?, fuerte endeudamiento, paro, déficit de los estados, cambio climático,… Esto sin ir más allá del mundo llamado desarrollado. No es que sean nuevos desafíos, aunque, tal vez ahora, los sentimos más cercanos.

La solución… no es sencilla, nunca lo ha sido y siempre será producto de la combinación de muchos elementos, algunos de los cuales escapan a nuestro control. Sin embargo, el elemento que no se puede obviar es el esfuerzo constante y sostenido, que no provoca grandes cambios en el corto plazo, pero que afianza cada uno de los pequeños pasos que se vayan dando.
Son muchas las voces que piden un cambio del modelo productivo. Pero, ¿alguna vez se diseñó un modelo productivo? Los partidarios del libre mercado aseguran que será éste el que ponga las cosas en su sitio, pero, por si acaso, todos los estados han acudido en masa a socorrer a los bancos. Otros pregonan el sostenimiento de las políticas sociales a costa del gasto público.
Todos están de acuerdo en que la verdadera referencia de la riqueza de un estado está en la capacidad competitiva de su economía, capacidad que idealmente ha de ser sostenible a lo largo del tiempo.

Pero nada es inmutable y lo que sí es cierto es que “lo único constante es el cambio” (Heráclito - Siglo V a.C.).

El cambio es una constante sin la cual la evolución y la supervivencia de los seres vivos no serían posibles.

Hoy al cambio que hace de la economía una economía sostenible, se le llama innovación. Cierto es que en el plano de la economía algo no constituye una innovación si no produce resultados tangibles, en base a ingresos y beneficios.

Todas las empresas, y, seguramente, todas sus personas, innovan, es decir, cambian. Sin embargo, lo que ya no se puede asegurar es que los cambios estén regidos por un objetivo común, claramente expresado. Las empresas son sus personas, trabajando en equipo, para lograr unos fines. Como conjunto social todas las empresas desarrollan una cultura, al fin y al cabo, una forma de hacer las cosas y de reaccionar ante los sucesos imprevistos. El problema surge, cuando con el paso del tiempo, se siguen haciendo las cosas de una determinada manera, pero se olvidó el porqué y ya nadie se lo cuestiona.

Aquí está el verdadero desafío, disponer de una guía que proporcione la razón para hacer las cosas. El fin último de una empresa es obtener beneficios satisfaciendo las necesidades de sus clientes, que son los que sostienen su actividad y, por tanto, su razón de existir. Por tanto, cualquier cambio para que resulte en una innovación debe estar guiado hacia la mejor satisfacción de las necesidades de los clientes actuales y/o futuros.

La innovación implica cambios, cambios en la manera de hacer las tareas, cambios en los productos, cambios en la relación con los clientes, cambios en las relaciones entre las propias personas que forman la empresa, cambios y más cambios.

No se trata de dar “palos de ciego”, pero el transitar lo desconocido obligará en ocasiones a reconducir los caminos y aprender de los errores. La innovación en la empresa es algo que hay que emprender y emprender, como toda actividad humana, está sujeta al cambio y al riesgo. Por tanto, no hay empresa sin innovación; no hay economía sostenible sin innovación.

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